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“Más allá de la guerra”, libro de Joshua Savala sobre las relaciones entre Perú y Chile
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El 2 de julio en el Centro Bartolomé de Las Casas se presentó el reciente libro del historiador Joshua Savala Más allá de la guerra: historias de cooperación en el Pacífico peruano-chileno, 1856-1929. Esta novedosa investigación abre una perspectiva antes inexplorada hacia las relaciones entre los dos países, revelando muchos datos inéditos y sorprendentes. La presentación contó con la participación del autor y con los comentarios de los historiadores Charles Walker (Universidad de California, Davis), Ángela Concha (UNSAAC) y Guillermo Román-Flores (PUCP, director de Cusco Social), quien a continuación comparte con nosotros sus reflexiones.

Tenemos entre manos un perfecto ejercicio de historiografía de vanguardia, lo que en diversas esferas del conocimiento se define como “pensar fuera de la caja”. Los relatos que Joshua ha enlazado en esta dinámica de personas y grupos sociales tienen como horizonte común el océano Pacífico. Su enfoque explora elementos de la historia social y de microhistorias. Me atrevería a acuñarle una categoría: es un trabajo de historia de la dignidad y la tolerancia.

El libro abarca desde la conquista oceánica de Rapa Nui, las búsquedas científicas para encontrar alivio a las epidemias de cólera, los vaivenes sindicales que hicieron más fuertes aún a los hombres de los puertos, pasando por los vínculos afectivos en alta mar, la justicia y la lucha contra el crimen, muestra cómo peruanos y chilenos han entendido que una alternativa viable para avanzar a nuevos destinos es crear vínculos colaborativos.

El fantasma de la derrota en la guerra con Chile nos ha tocado a todos desde distintas perspectivas, de forma consciente o inconsciente; es esa mancha histórica que se usa como excusa para explicar una serie de problemas estructurales de nuestra sociedad. Desde lo histórico, es la consecuencia de una clase política desconectada de la realidad y de una etapa de caudillos con apetitos personales que no asimilaron realmente el ideal republicano. Es un recuerdo latente de nuestra desprolija planificación en la defensa del territorio, y es la marca vergonzosa con la que empezamos a transitar el siglo XX. Es ese golpe certero a la autoestima nacional que, a su vez, es un recordatorio permanente sobre las urgencias de la geopolítica, que reconfigura hasta la actualidad nuestro gasto militar y consolida el espacio simbólico del poder castrense como un núcleo de la potestad real en el Perú. Desde ciertas miradas, constituye el desafío ideal de revancha, frente a un enemigo que parecería negarse a dejar de serlo.

El peso histórico de esa guerra ha constituido en los últimos tiempos un reto de identidad perdida, ya que en este mundo de corporaciones globales y commodities subyace una serie de complejidades empresariales y comerciales. Hace 17 años mi trabajo me devolvió al Cusco, y fue justamente para desarrollar una estrategia de imagen institucional para una corporación que tenía un profundo problema reputacional, porque se pensaba que sus dueños eran chilenos.

No quiero revelar demasiado sobre los conceptos que están en el libro, ya que leerlo e interpretarlo desde la vivencia propia es un placer que invito a todos a experimentar, y que espero valoren tanto como yo. Lo que quisiera en estos comentarios es invitarlos a reflexionar sobre el contexto que ha devenido de ese conflicto, y cómo hoy nos sigue susurrando desdenes y frustraciones. Chile será el vecino a vencer; aunque nos dé cierta satisfacción verlo en el fondo de la tabla de la clasificatorias al mundial, la realidad es que nos hemos tratado de mirar en su espejo desde diversos ángulos del desarrollo económico. Podríamos darles cincuenta lecturas apasionadas a las causas y consecuencias de la guerra, pero siempre nos quedarán las preguntas inconclusas, los deudos, las víctimas y, como lección trascendental, los momentos heroicos de Grau y Bolognesi para enaltecer nuestro sentido del honor y la resiliencia.

Las guerras son mucho más que reportes de contabilidad militar, números fríos y gestas épicas, las guerras son heridas que marcan a las personas, cambian relaciones, sostienen injusticias y escupen verdades dolorosas. En una guerra uno entrega a sus hijos y, con fortuna, gana méritos o territorios.

Como preámbulo a los capítulos en los que Joshua desenvuelve su enfoque, sostiene su relato sobre un código de convivencia en medio de la guerra y en los momentos posteriores a ella y narra microhistorias que nos permiten entender que en medio de los conflictos entre países existen comunidades humanas que se interconectan sin ese límite fronterizo que nos hace peruanos o chilenos.

Quiero tomarme una libertad. Todos tenemos una historia con Chile y el conflicto armado de fines del XIX, y bajo esa premisa quiero referirme a mi bisabuelo paterno, José Manuel Román. La suya fue una historia de valentía y supervivencia. En el año 1951 (69 años después de la guerra) fue reconocido como el único sobreviviente de la acción de armas de San Pablo. En aquel momento ya tenía 89 años, pero recordaba con lucidez en un evento castrense los vaivenes de esa batalla, en la que fue parte del Estado Mayor del general Iglesias en el grado de teniente comandante. Fue declarado reliquia viva de la Patria, héroe del ejército, y hay por San Isidro en Lima una callecita con su nombre. No lo conocí, por obvias razones, pero mis abuelos me dejaron los recortes periodísticos de sus reconocimientos.

En los artículos que escribía mi abuelo sobre su padre trasciende un alto sentido del honor basado en la imperiosa necesidad de preservar la dignidad ante la derrota, y en ese reducto de nuestro imaginario patrio subyace el profundo respeto por quienes empuñaron un arma en la guerra, sin importar el bando. Ese mismo sentimiento es el que refiere el autor de la investigación cuando nombra a Lynch, Triviño, el doctor Matta, el activista Toro o al propio Haya de la Torre. Puedo dar fe en primera persona de ese sentido trascendente, que en muchos pasajes del libro es un recordatorio sobre el lado humano de esta guerra.

Hace pocos días el presidente de Chile, Gabriel Boric, exaltó en un discurso la figura del héroe peruano Miguel Grau, pidiendo rescatar los valores de respeto y ética que este demostró, incluso frente a sus enemigos:

Pienso en la carta que Grau, comandante del Huáscar, escribiera a Carmela Carvajal, viuda de Arturo Prat, y la respuesta que ella le diera. Si era posible tener respeto y nobleza entre adversarios en medio de la guerra, ¿cómo no va a ser posible entre adversarios políticos de una misma bandera hoy? Tenemos mucho que aprender de nuestra propia historia.

Creo que el mensaje calza aún mejor para nuestros políticos que para los chilenos.

Quiero terminar haciendo una reflexión que complementa el panorama de estas historias de cooperación. En estos tiempos de guerra, en los que los nacionalismos mal entendidos se exacerban, se persigue a los migrantes y se ataca a la academia y el conocimiento, es necesario construir bloques internacionales y fortalecer al individuo social y al sudamericano como ciudadano global.

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