En esta
fecha de las Fiestas Patrias recordamos con tristeza y cariño a un gran
peruano. El pasado 15 de julio nos dejó Baldomero Cáceres Santa María, eminente
intelectual, psicólogo social, famoso por ser un incansable defensor de la hoja
de coca, de su valor cultural, su uso tradicional y sus cualidades medicinales.
Durante la mayor parte de su vida lo unían con el Cusco unos estrechos lazos.
En la década de 1970 vivió en nuestra ciudad y trabajó como vicerrector académico
en la Universidad Nacional de San Antonio Abad. En las décadas posteriores
volvía al Cusco cada vez que se presentaba la oportunidad, para participar en
eventos académicos, dar charlas y conferencias.
A
continuación, compartimos con ustedes unos recuerdos sobre Baldomero Cáceres
Santa María que nos envía su gran amigo, historiador Jan Szemiñski.
Estoy
llorando el fallecimiento de mi amigo Baldo. Lo conocí en 1974 durante mi
primera estadía en el exótico Perú, gracias a una beca otorgada por las
autoridades peruanas. Bajo el gobierno del presidente Juan Velazco Alvarado hubo
un convenio de intercambio de becas entre la entonces República [nada] Popular
de Polonia y la República del Perú. En Polonia aparecieron becarios peruanos,
entre ellos el agrónomo José Sabogal, hijo del pintor. José me recomendó solicitar
una beca en la embajada peruana, con el argumento de que venían peruanos a
Polonia, y que los polacos deberían también viajar al Perú. La pedí y la
recibí. Las autoridades polacas me compraron de mala gana un boleto de Aeroflot
vía París, me dieron cinco dólares para el camino y el pasaporte, que bajo la
dictadura era difícil de obtener. Más tarde, con la ayuda de mis amigos
limeños, esperé y logré conseguir en Lima la beca prometida, y finalmente
llegué al Cuzco de mis sueños. En el Cuzco, según lo decidido por el ministerio
limeño, debía presentarme en la UNSAAC. En aquel momento Baldomero era el
vicerrector académico, encargado del orden y de los estudiantes, y yo era un
estudiante exótico. Establecimos amistad y llevábamos unas conversaciones
largas sobre los Incas y sobre Polonia.
Una de las
primeras cosas que hice en el Cuzco fue comprarme hoja de coca y llipt'a
y comenzar a chacchar según me enseñaron las vendedoras en el mercado. Era muy
buena coca, verde y olorosa, de hojas grandes, y la llipt'a gris de quinua
o cañahua. Al principio yo no sabía qué era, pero hasta hoy la busco y a veces
la encuentro estando en el Cuzco. La coca de hoy en el mercado es mucho peor,
ya que la mejor la consume “la industria química”.
Una vez
Baldo y yo fuimos de paseo por la parte alta de Sacsayhuaman. En el camino le
invité la hoja de coca durante un descanso, puesto que ambos proveníamos de
tierras bajas. Para mi sorpresa, Baldo me dijo que jamás había chacchado coca.
Conversamos durante todo el paseo, entre otras cosas, sobre la coca, sus
funciones en la cultura de los runas en el Imperio Inca y hoy, y sobre
el hecho de que la costumbre de chacchar había perdurado. Yo recientemente me
había enterado de que la palabra “indio” podía sonar ofensiva.
En mis
siguientes viajes a Lima, cuando Baldo ya no trabajaba en el Cuzco sino en la
capital, él siempre me enseñaba algo nuevo sobre la coca, sobre sus distintas
variedades y usos. El año pasado, después de haberme enfermado en el Cuzco, no
logré visitar a Baldo de camino por Lima rumbo a Madrid y Ascalón. Los mareos y
vértigos me obligaron a desplazarme desde la cama del hotel en Miraflores
directamente al aeropuerto Jorge Chávez.
Baldo no
solamente defendía la coca, el derecho de toda persona de usarla libremente
para chacchar y para tomar como infusión, o mate. Investigaba también otros
alcaloides usados en diferentes culturas. Defendía el culto de las wak'as…
En 1980 los
historiadores peruanos, con el apoyo del gobierno, organizaron un seminario
internacional sobre la gran rebelión de 1780-1782 del Inca José Gabriel Thupa
Amaro. A los invitados les ofrecían pasajes de ida y vuelta, con un boleto
válido durante un año. Llegué, participé, y pregunté por una posibilidad de trabajo.
La Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga necesitaba en aquel
momento a un historiador. Así viajé a Ayacucho, donde por aquella época se
desarrollaba la guerra entre el Sendero y la República del Perú.
En Huamanga
me topé con Baldomero, quien también estaba trabajando ahí. Nos veíamos casi
todos los días. Dado el modesto alcance de los salarios universitarios,
organizamos una olla común entre Baldo, mi mujer Dana y yo. De otro modo no
hubiéramos podido sobrevivir, ya que el sueldo alcanzaba o bien para pagar el
alquiler, o bien para comer, mas no para ambas necesidades a la vez. Mientras
tanto, la guerra hizo la vida en la ciudad de Huamanga y en todo el
departamento literalmente imposible. Al fin y al cabo, Baldo regresó a Lima, y
yo a Varsovia.
Unas
semanas después de mi regreso a Polonia, en diciembre de 1981, el gobierno
polaco dio un autogolpe militar, lo cual nos convenció a Dana y a mí que había
que salir del país. Gracias a la ayuda de amigos, recibí una invitación para
trabajar en la PUCP, y durante las primeras semanas en Lima nos agasajó
Baldomero en su casa del parque Baden Powell.
Su sentido
de humor, su capacidad de plantear preguntas nuevas e inesperadas nos van a
faltar…